miércoles, 14 de mayo de 2008

REALIDAD COLOMBIANA



La violencia es un problema presente en todas las sociedades, pero alcanza un límite relevante en nuestra sociedad colombiana, no solamente por la fratricida guerra que a nivel interno se desarrolla, sino por el sinnúmero de agresiones que se cometen contra la dignidad humana. La situación es muy compleja, pues debemos tener en cuenta que la violencia no se reduce a la agresión física o verbal, encuentra su origen en el desconocimiento o negación individualista de la persona en su realidad pluridimensional.


Negación que se torna impetuosa y toma fuerza en la reducción o tolerancia axiológica que vive nuestra sociedad actual. Esta reducción axiológica es el resultado del eufemizamiento de las instituciones encargadas de la educación del ser humano y por tanto responsables de establecer la normatividad ética, que debe llevar a la primacía del orden, la paz y el bien común.


Por tanto si instituciones educativas tan importantes como entre ellas la familia y la escuela, se debilitan y por ende se reduce dentro de ellas la normatividad axiológica, se le da espacio para que el solemne “yo” se entronice por encima del “otro” y no lo reconozca como valor en sí mismo, sino que objetivizandolo lo despersonalice.


Al debilitamiento que sufren las instituciones familiar y escolar, se le agrega la omnipresencia de los medios de comunicación social que en su mayoría transmiten mensajes despersonalizantes en todas sus expresiones, aumentando la encrucijada por la que atraviesa la sociedad colombiana.


Lo anterior es para decir que las diferentes formas de violencia que son más visibles por su trascendencia incluso a nivel internacional no se producen por arte de magia, simplemente son el resultado del desconocimiento que se ha hecho de la persona en su realidad integral, ya que ella “es un espíritu encarnado, llamada a donarse consciente y libremente hacia un ‘nosotros’, trascendiendo el mundo y la historia, pero sin abandonarlos.”

Por esto es apenas lógico que si no se respeta la persona por ejemplo en su etapa inicial cuando está en el vientre de su madre, tampoco se respetará en lo sucesivo de su desarrollo y mucho menos en su fase terminal. Es toda una incoherencia la que se presenta en nuestro país cuando se reclama y se insiste en que se respeten los derechos humanos, si al mismo tiempo se promulgan leyes que van en contra de la vida.


También recordemos que el hombre es una realidad corpóreo-espiritual y a pesar de que nuestra nación dice ser religiosa y especialmente católica, se la da preeminencia al hedonismo teniendo una visión reduccionista del hombre al situarlo como ser meramente terreno, se le cierra la posibilidad de abrirse a la trascendencia y por tanto de desarrollarse plenamente. Perdemos de vista que el hombre “es un ser material, vinculado a este mundo mediante su cuerpo, y un ser espiritual, abierto a la trascendencia” (CDSI 129).


A lo anterior podemos agregar el fenómeno de la corrupción que en el fondo es una expresión exacerbada del individualismo, que quiere tener privilegios injustos pasando por encima de los derechos de los otros.


Aquí no termina la larga lista de negaciones a la dignidad de la persona que se cometen en nuestro territorio: genocidios, trata de blancas, nuevas formas de esclavitud, narcotráfico, niños reclutados para la guerra, injusta remuneración del trabajo, niños y mujeres sometidos a trabajos forzados, aborto, eutanasia, desigualdad social, desempleo, son entre otras las diversas formas como se violan en nuestro país los derechos del hombre, teniendo como base o fuente como ya se ha dicho el desconocimiento de la dignidad pluridimensional del ser humano.


Pero frente a este oscuro panorama no nos podemos quedar con los brazos cruzados, es importante que cada institución cumpla si misión. Que la familia con el apoyo de la escuela, de la Iglesia y de los medios de comunicación afronten la difícil pero satisfactoria labor de ayudar a formar personas libres, unificadas interiormente mediante un sistema de valores y singularizados en una vocación que es esencialmente apertura a los demás en generosa donación, reconociendo en cada ser humano su dignidad inalienable.


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